Ah, el escritor… ese ser oscuro y atormentado, quizás excéntrico y fracasado de la vida, pero que, tocado por los ángeles, goza de un talento innato para dedicarse a tan loable oficio… Mejor no sigo por este camino, que ya está muy transitado, ¿verdad? Y es que son muchos los mitos sobre los escritores, y hoy vengo a contarte sobre algunos de ellos.
Para el fallecido escritor Roberto Bolaño,“escribir es un oficio poblado de canallas y tontos que no se dan cuenta de lo efímera que será su obra a través del tiempo” (leer +). Lo dijo alguien con mucha experiencia en el oficio, así que quizás no le faltaba algo de razón.
Es cierto que algunos se creen especiales solo por el hecho de escribir, pero la realidad es que la mayoría somos bastante normalitos, en el sentido de que nuestras vidas son muy similares a las del resto de los mortales.
Ya te conté en el primer post que publiqué mis razones para escribir, y juraría que ninguna de ellas denota que yo pueda ser más especial que tú. Creo que mis motivos para escribir son la senda natural que a cualquiera podrían llevarle a hacerlo.
Es cierto que hay muchas manías y rarezas propias de escritores, también te hablé de ello en este post, y creo que unas y otras casi siempre surgen de nuestros propios miedos e inseguridades, pero también existen toda una tanda de mitos sobre el oficio de escribir que poco tienen que ver con la realidad actual de la mayoría de escritores.
O quizás no.
Porque voy a tratar de ofrecerte argumentos para que seas tú el que juzgue si dos de estos mitos sobre los escritores son verdaderos o falsos.
Escribir es el camino hacia la autodestrucción
Este es uno de los mitos más manidos. Vale, sí, igual a veces parece que los que escribimos tenemos algún tornillo flojo, o directamente suelto, en el coco. Y puede que sea así, pero no te alarmes, nuestras neuras suelen ser transitorias e inocuas, tal y como seguramente alguna vez te ocurre a ti, sea cual sea tu ocupación.
Ya sabes, un mal día lo tiene cualquiera.
Aunque, eso sí, debes creerme cuando te digo que de ahí a que nos guste eso de la autodestrucción, hay un mundo.
Lo malo es que existen datos, observaciones y algunos estudios que parecen querer llevarme la contraria.
Según el psicólogo Hans Eysenck, impulsor de una de las más solventes teorías de la personalidad, “La asociación de ciertos rasgos anómalos de personalidad con una elevada «fuerza del ego» ocurre en los artistas plásticos, en los científicos, pero sobre todo en los escritores…».
Sí, es innegable, a lo largo de la historia ha habido escritores autodestructivos, y a muchos les dio por entregarse al alcohol como método de inspiración o paliativo de sus hondos sufrimientos vitales.
El camino del exceso de los escritores
Ahí tenemos a Jack Kerouac, carismático escritor de la Generación Beat, junto a William S. Burroughs y Allen Ginsberg, y autor de la célebre novela En el camino. Kerouac bebía mucho. Tanto, que murió con solo 47 años por sus abusos con el alcohol.
El magnífico Edgar Allan Poe (mira el post sobre obras literarias que inspiraron canciones), autor de textos brillantes, tampoco se libró del camino del exceso, y el alcohol fue su recurso para aliviar sus penas. Vino, ajenjo o láudano le eran inseparables e intercambiables, y así murió en octubre de 1849, diagnosticado con delirium tremens.
¿Y qué decir de Ernest Hemingway? De él se dice que diariamente consumía litros de wiski, ron o vino. Ya ves, escribía de maravilla, pero era un poco bestia.
El célebre escritor, y Premio Nobel de Literatura, autor de Por quién doblan las campanas o Fiesta, entre otras muchas grandes obras, vivió su vida entre continuos episodios de angustia y depresión. Terminó suicidándose a los 61 años.
Charles Bukowski, William Faulkner, Scott Fitzgerald o Dylan Thomas también se subieron al carro de los excesos y fueron grandes bebedores, aunque ninguno de ellos optó por el suicidio como opción para desaparecer del mundo.
Otro caso de autodestrucción (y hay muchos) es el de Sylvia Plath. Ella, que fue artífice del género de poesía confesional, pasó parte de su vida adulta entre depresiones, y con solo 31 años decidió quitarse la vida.
… pero esto no acaba aquí
Porque resulta que un estudio realizado por el Instituto Karolinska en 2012 confirmó que las personas dedicadas a actividades creativas tienen mayor riesgo de sufrir trastornos mentales.
Entonces, ¿estamos tarumbas los escritores?
Yo diría que la mayoría no, así que, por favor, que no cunda el pánico. El ansia por la autodestrucción no es la tónica general.
Sí, son muchos los grandes de la literatura que decidieron poner fin a sus vidas de forma trágica: Virginia Woolf, Sándor Marai, Stefan Zweig, Mishima, Pavese, Alfonsina Storni, Mariano J. de Larra, Ángel Ganivet… y muchos más; pero si tienes en cuenta el total de escritores pasados, presentes o futuros, afamados o no, frente a ese selecto grupo de detractores de la vida, verás que no es para tanto.
Algunas buenas obras han surgido de los excesos, pero incluso así, no creo que el paradigma de escritor maldito ahogado en alcohol, o experto adicto a la cocaína u otras sustancias, sea un modelo a seguir. Yo, en todo caso, prefiero apostar por los que se enganchan a la vida, pese a su reveses.
El escritor nace… y después crece rodeado de musas (o musos, según los casos)
No sé cómo lo ves tú, pero a mí me ocurre que cada vez que leo o escucho decir a algún escritor que “nació con talento innato para la escritura”, mientras con sutileza torpe intenta convencerte de que ese don le convierte en un ser especial y único, me entra urticaria.
No lo puedo evitar, y sobre todo, cuando frases de ese tipo proceden de personas que no han escrito en su vida nada con un estándar mínimo de calidad (por favor, al menos que el texto sea legible y no plagado de faltas de ortografía, aunque sea por respeto a los que van a leerte).
¿Se nace escritor?
Bajo mi punto de vista, el escritor nunca nace, sino que se hace. Y se hace con el tiempo y con mucha práctica, estudio y dedicación. Esa es la única forma de ser bueno algún día, o de intentar llegar a serlo, al menos. No te puedes creer que eres el mejor escritor del mundo porque te has inventado una historia que has publicado de cualquier manera para satisfacer tu ego, y en la que ni siquiera te has molestado en hacer una mínima corrección.
Hablo de casos extremos, pero te juro que existen. Por supuesto, es probable que los que escribimos tengamos cierta predisposición para ello, lo que facilita que lo hagamos mejor que otros que no tienen ningún interés en la escritura. O igual simplemente sucede que, porque nos apasiona escribir, le echamos más ganas y motivación al asunto.
Llámalo talento, o llámalo X, a mí me da igual, pero que nadie te convenza de que es un gran escritor porque ha sido tocado por los hados de la fortuna. Escribir bien es sobre todo una cuestión de muchísimo trabajo, y muchas horas de tu tiempo dedicadas a ello.
Que no te engañen, a escribir se aprende.
Pero hay que echarle tiempo, y ganas, y sobre todo, escribir mucho.
Déjame decirte también que para escribir es primordial leer. Y hacerlo mucho, y de todo, incluso centrándote en lecturas que puede que no sean de tu agrado, o que sean malísimas, porque de ahí puedes aprender qué es lo que no debes hacer.
Por supuesto, si tu deseo es ponerte a escribir, no tengas miedo de dejarte influenciar por los buenos clásicos, esos grandes escritores que han pasado a la historia por ser los mejores, y si se te pega algo de ellos, no te sientas mal. Todo lo contrario: imitar a los grandes puede abrir un excelente camino de aprendizaje.
En la senda de la escritura no hay secretos, ni recetas mágicas o atajos.
Escribir, escribir y escribir; no hay más.
Nota: quedan al margen esos “escritores” que ocupan puestos relevantes en las listas de libros más vendidos y cuyo trabajo en realidad consiste en poner su nombre a los libros que otros les escriben por encargo.
Hoy me siento inspirada
Ja, ¿te lo has creído? Pues me estoy quedando contigo. La verdad es que no solo no me siento inspirada, sino que este post me está costando un tiempo precioso, que podría dedicar a cientos de cosas, además de sudor y un gran desgaste de energía.
Bueno, igual exagero un poco, y lo del sudor y el desgaste mejor nos lo ahorramos...
En serio, lo que quiero hacerte ver es que casi nunca las obras que creamos los escritores se hacen de grandes momentos inspiradores. Esto no va de llegar y besar el santo.
Que no digo yo que igual a algunos les funcione (les felicito desde aquí), pero creo que no es lo habitual. Las novelas se van construyendo a base de mucho trabajo de estructura y reflexión, y rara es la vez que, por ejemplo, un arrebato inspirador da lugar a un capítulo de diez, y menos todavía, a una novela magistral.
Qué lástima, a las musas y los musos les encanta ser infieles,
Y por eso casi siempre te dejan de lado y deciden irse con otro.
Algunos de mis lectores piensan que mis novelas salen de arrebatos inspiradores. Es usual escucharles decir “A ver si te inspiran las musas y haces otra novela”, mientras yo me quedo con cara de póker y pensando que si fuera así de fácil me ahorraría mucho tiempo y algún que otro bloqueo mental, dolor de cabeza (y de espalda).
Dejémoslo claro,
La chispa, o las ideas que te inspiran pueden sobrevenir en el momento más insospechado (o incluso en el menos adecuado), y por eso los escritores tomamos notas de todo lo que nos puede llevar a alumbrar buenas ideas para nuestros proyectos presentes y futuros, pero déjame asegurarte que esos momentos inspiradores no son los que hacen las novelas.
Detrás de una novela siempre hay un trabajo mucho más arduo que va más allá de la inspiración. Digamos que sería como construir un edificio, y en él la inspiración sería el andamiaje, una pequeña parte (importante, eso sí) dentro del enorme proyecto.
Y todo lo demás queda por hacer.
Pero igual tú me ofreces argumentos que rebatan mi propuesta, así que, cuéntame: ¿Qué opinas tú sobre estos dos mitos que rodean a los escritores?
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