Regreso hoy con la continuación de una entrada que publiqué el pasado 30 de septiembre sobre el futuro que nos espera, o no, y que relacioné con mi última novela de ficción publicada, Donde los ángeles lloran, una novela negra que transcurre en un futuro no muy lejano y, en gran medida, perturbador.
En una situación ideal, lo óptimo sería pensar en el futuro como un tiempo mejor. Así debería ser siempre; que no nos falten las ganas… pero lo cierto es que nada de lo que nos rodea parece invitar al optimismo.
¿Somos lo mejor, o somos lo peor?
Me gusta pensar lo primero; mas son tantas las ocasiones en que sacamos a la luz lo peor que no lo tengo nada claro. Posiblemente la respuesta a este interrogante sea neutra: somos lo mejor y somos lo peor.
Esta pandemia que todavía hoy nos asola, y que ha dejado nuestro ánimo en los huesos, nos está mostrando nuestra fragilidad como individuos y también como sociedad. Meses atrás el mundo se paró, y ahora es el momento de seguir adelante y repensar de qué manera vamos a hacerlo.
Algunas corrientes señalan que el futuro será muy lúgubre. Y es justo por eso por lo que muchos días me pregunto si en el fondo las desgracias no nos hacen más egoístas.
Parece que el miedo, además de ser paralizante, provoca que, como individuos, busquemos proteger, cada uno a nuestra manera, nuestros privilegios a toda costa, percibiendo a los demás como una amenaza.
El futuro en Donde los ángeles lloran
Como ya te he contado en anteriores entradas, Donde los ángeles lloran es una novela negra cuya trama gira en torno a la resolución de un asesinato. Este es el eje de la novela, sí, pero el escenario futuro en que se desarrolla tiene mucho peso en ella.
Mi intención nunca fue imaginar el futuro más horrible posible convirtiéndolo en una distopía terrorífica que te dejara temblando; no. Más bien, mi idea siempre fue dibujar el futuro hipotético al que podría llevarnos el presente si no pisamos el freno en determinadas cuestiones. Y todo ello sin olvidar en ningún momento el necesario espíritu de lucha.
Donde los ángeles lloran, distopía o realidad
Con esta novela no he pretendido asustar a nadie, sino poner el foco en determinados asuntos que llevados al extremo pueden derivar en algo mucho peor que se nos escape de las manos. Digamos que pretende ser una llamada de atención, para que intentemos cambiar lo que parece inevitable.
Como ya te conté en la entrada anterior, para la creación del escenario de la novela reflexioné sobre fenómenos ya vigentes hoy día como la precarización laboral, el control, las fronteras, la desigualdad o los autoritarismos… y de ahí nace el mundo que planteo en la novela:
Falsa realidad
“Ariadna lo tenía claro: ocio y consumo proporcionaban vivencias extremas a una sociedad que demandaba emociones (y cuanto más extremas mejor) pero cuya única verdad era que vivía sin auténticas emociones”.
“Anochecía, y las calles del centro de Madrid se habían convertido, como siempre, en un torbellino de luces, imágenes sobrecargadas y estímulos auditivos aquí y allá; todos elementos generados para inducir a los viandantes a soñar. De eso se trataba: de disfrazar una realidad mucho más cruel para sembrar en las personas una actitud totalmente pasiva junto a una falsa promesa de que todos los reveses y dificultades de la vida se podían superar. «No pienses. No sientas. Consume y todo irá bien», ese era siempre el mensaje final. El culto al deber, al trabajo, al consumo, al ocio y al mismo Sistema estaban arraigados y bien ensamblados gracias a la voraz pleitesía de la población por el consumo permanente”.
“Killian asintió con la cabeza, aunque en realidad no estaba seguro de comprender nada. Él era un civil, como la mayoría, y tampoco le gustaban demasiado las imposiciones del Sistema, pero las asumía como norma, porque jamás se había planteado la posibilidad de que nada pudiera cambiar. No lo creía posible. Ni viable. Él vivía al día, y nunca se había preocupado de ese tipo de asuntos que le venían demasiado grandes”.
Evasión
“En un planeta donde millones de personas habían sido sustituidas en su trabajo por robots, muchos decidían evadirse a través del ocio virtual, una opción que ofrecía realidades paralelas a precios asequibles. Las compañías tecnológicas habían logrado desarrollar interfaces y simulaciones de mundos virtuales complejos que proporcionaban altas cotas de placer, y sobre todo, la vida soñada que la realidad era incapaz de ofrecerles”.
“Existía, en otro plano, todo un complejo mundo virtual de hedonistas digitales que habían hallado en ese lado la autorrealización que deseaban y que jamás conseguirían. La sociedad, en general, prefería vivir anestesiada, y para soportar la insufrible vida que les había impuesto el Sistema todo valía. Todo, con tal de esquinar el dolor”.
“Habían quedado en el antiguo Museo del Prado, desmantelado como tal en el año 2044, tras el cambio de paradigma y el consiguiente corolario que establecía la inutilidad de la cultura, para ser reconvertido en El Búnker Azul, un icónico club de música psytrance donde la gente acudía para vaciar sus mentes cuando sus agitadas y desmedidas jornadas laborales se lo permitían. Allí se bailaba, se bebía y se consumían sin medida todo tipo de sustancias psicotrópicas que hacía tiempo habían dejado de considerarse ilegales”.
Desigualdad y explotación
“Los descasados. Así se había dado en denominar a toda una generación de niños, ahora jóvenes, surgida tras la debacle de 2042. Niños tocados de manera directa por una crisis sin precedentes se quedaron literalmente huérfanos, y desde ese momento se habían dedicado a sobrevivir en las calles bajo el yugo de las mafias, la delincuencia menor, o bien inmersos en el trapicheo para asegurar su supervivencia en un mundo que les resultaba siempre hostil. Los descasados venían a ser los más marginados entre los marginados, escoria sin techo y gente de baja estofa. Y Roque Pasamar era uno de ellos”.
“Aquel día había convocadas dos manifestaciones. Ambas luchaban por defender los mismos derechos y, sin embargo, una y otra facción percibía a la otra como enemiga. Por un lado se manifestaban los obreros, y por el otro, los androides operarios (…)
El definitivo despegue de la inteligencia artificial y la alta robotización, que se habían insertado de lleno en la población, habían generado unos niveles de desigualdad y pobreza nunca vistos hasta entonces. Ahora, unos y otros se hallaban enfrentados a la altura del antiguo Teatro Príncipe”.
Todavía hay más
“Esto te va a poner de buen humor: a esos Drods de cuarta generación se les están implantado recuerdos y vivencias de donantes procedentes del Programa de Suicidios Voluntarios para dotarles de sentimientos y personalidad… por tanto, esas máquinas ya pueden pensar y sentir como un humano. Así que veo lógico que, en consecuencia, también quieran defender la mejora de sus condiciones de trabajo. Y en cuanto a esa manifestación, opino que tanto unos como otros están siendo explotados por el Sistema, por lo que no deberían luchar entre sí, sino unirse contra él”.
“Y al final cayó en las drogas; nada raro; casi todo el mundo las consumía, aunque los motivos y los medios eran muy diferentes según la extracción social a la que pertenecieses; porque tomar drogas también era elitista. Los más pudientes tenían a su disposición todas las drogas vegetales del mundo: cocaína, hachís, marihuana… ellos se apropiaban de lo más puro, mientras el resto se nutría principalmente de la combinación de drogas sintéticas y agentes de corte procedentes de laboratorios chinos, mucho más peligrosos, y en definitiva, más mortíferas”.
Lucha y esperanza
“Ellos eran los únicos que podrían cambiar el mundo. La última esperanza”.
“Frente a los principios educativos imperantes el fin último de Free Arms era el de enseñar a los niños a pensar por sí mismos para convertirlos en personas más creativas y, sobre todo, más libres. Niños que en el futuro serían adultos mentalmente sanos, y que harían suyos valores como la igualdad, la libertad y la justicia social”.
“Se había dado cuenta de que el poder no consistía más que en el dominio de unos sobre otros, anulando la posibilidad de que cada cual tuviera la facultad de decidir cómo y de qué manera quería vivir. Eso no era lo aceptable”.
“El Sistema y los grandes poderes corporativos han orientado la educación a la producción de individuos adaptables y enfrascados en la búsqueda de una falsa seguridad, poniéndola al servicio de la sumisión más absoluta. No pienso mirar hacia otro lado mientras espero a que las cosas se solucionen por sí solas”.
Fin de la(s) cita(s)…
Si quieres conocer más detalles sobre el futuro reflejado en Donde los ángeles lloran sin salir de aquí, en este enlace tienes más información.
En estos meses últimos, mi visión se ha vuelto pesimista. Ahora, por desgracia, creo que después de todo esto sí se van a reforzar las respuestas clasistas y los populismos.
Ojalá no sea así.
Pero sigo pensando que en nuestra mano está cambiarlo todo para que lo que venga sea mejor. Nosotros, los de ahora, somos lo que tenemos el poder.
Y tú ¿qué opinas?
¿Seremos mejores o peores?
Imágenes: «Falsa realidad» de (El Caminante) en Pixabay: «Evasión» de Lars_Nissen en Pixabay; «Desigualdad y explotación» de Redleaf_Lodi en Pixabay; «Lucha y esperanza» de Myriams-Fotos en Pixabay.